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En el texto Las ciudades invisibles, de Ítalo Calvino, el lenguaje es un actor fundamental que da cuenta de lo que la ciudad es y significa para los hombres. Calvino hace brotar de la ciudad su significación: una metáfora de metáforas, una alegoría de sí misma, un gran signo, cuyo significante va en búsqueda de significados para que la ciudad se repita en sus signos. La ciudad es la medida de los deseos humanos porque contiene todos los deseos posibles, pues es resultado de la voluntad y la pasión del hombre. Pero el hombre sólo realiza su deseo en la medida en que mantiene vivo el deseo de la ciudad. Así, el ideal de ciudad como la ciudad de los deseos, en su origen y devenir, le debe al deseo su edificación y su sentido. El poder anuda los hilos del lenguaje del hombre que desea y que se enreda en su embuste, aquel perpetuado por el poder y que el hombre desconoce o ignora, inmerso en el espejismo que es la ciudad, convencido de que tiene poder, un artificio que le ha dado la ciudad donde se cuece el único poder posible: el control de los deseos humanos.