{"title":"Presentaci�n","authors":"Charles Bazerman, Yaneth Gonz�lez Pinz�n","doi":"10.37514/int-b.2019.0421.1.30","DOIUrl":null,"url":null,"abstract":"principios de este año ha sido publicada por el Ministerio de educación la Ley Orgánica de Educación (LOE) que se implantará en los próximos años, y que nace con la preocupación fundamental de ofrecer una educación capaz de responder a las necesidades cambiantes y las nuevas demandas que se plantean en nuestra sociedad. Esta aspiración de lograr que la educación sea un instrumento de mejora de la sociedad y de la vida de sus individuos no constituye en sí misma algo novedoso, ya que se ha mantenido constante y ha dado lugar a una importante evolución de los distintos sistemas educativos y formativos a través de distintas fases en cada una de las cuales se ha tenido que dar respuesta a los retos prioritarios de cada momento histórico y social. Esta evolución, que a nivel legal se ha logrado a través de sucesivas leyes, ha traído consigo avances fundamentales para toda la sociedad. Por ejemplo, el concepto de aprendizaje fue objeto de importantes cambios al largo del siglo pasado, como lo prueba la ingente cantidad de investigación educacional y la práctica subyacente. De un primer concepto “mecanicista”, asociado a lecturas comportamentalistas, confinando el aprendizaje a un proceso de adquisición de respuestas, han surgido, progresivamente, concepciones más dinámicas del acto de aprender (Mayer, 2004). El alumno entendido, en la primera mitad del siglo XX, como una mera máquina de adquisición de respuestas, pasa, posteriormente, a considerarse como un procesador de información que recibe, transforma, utiliza y recupera información. Más tarde, especialmente, en la década de los noventa (del siglo pasado), el alumno asume un papel central en el proceso de enseñanzaaprendizaje. Él es el artesano, el verdadero actor del proceso, pasando a ser entendido como un constructor activo de conocimiento. Siguiendo esta lógica, el proceso de construcción de significados se constituye como elemento central del proceso de enseñanza-aprendizaje. El aprendizaje de los contenidos, conceptos, explicación de fenómenos físicos o sociales, normas y valores, ocurre cuando, y solo cuando, el alumno es capaz de atribuirles un significado personal. Bajo este presupuesto, el foco del aprendizaje, antes centrado en el profesor y en sus metodologías instruccionales, pasa ahora a los conocimientos que el alumno va construyendo y hacia las dimensiones cognitivas, motivacionales y de comportamiento por él activadas en su actividad de aprendizaje (Rosário y Almeida, 2005). Considerar el alumno como el principal responsable del aprendizaje, no significa que “todo tiene que dársele hecho”, más bien que “todo tiene que ser hecho por él (y con él)”. Así, para progresar en la escuela, como en cualquier ámbito de la vida, es necesario actuar, cuestionar, comprender y transformar; en una palabra, ¡trabajar! Del alumno se requiere el primer paso para que estudiar y aprender sea una actividad substantiva y transformadora del sujeto, en tanto que cambia su comprensión de la realidad. A la escuela cabe el papel decisivo de “crear las condiciones para que el estudiante sea capaz de construir significados”, y no sólo de adquirir contenidos, y de promover el desarrollo de las competencias necesarias para construir aprendizajes significativos (actuar, comprender, cuestionar, transformar, autorregular, etc.). De los padres se espera, al menos, que “hagan ver” a los hijos la importancia de estudiar, posibilitándole las condiciones físicas y psicológicas para que el estudio sea posible, y acompañándoles tanto en los progresos como en las dificultades. El profesor, la familia y el resto de personas implicadas en la educación son así llamados a desempeñar un papel mediador entre el niño y la cultura. A","PeriodicalId":106018,"journal":{"name":"Conocer la Escritura: Investigaci�n M�s All� de las Frontera | Knowing Writing: Writing Research Across Borders","volume":null,"pages":null},"PeriodicalIF":0.0000,"publicationDate":"2019-11-02","publicationTypes":"Journal Article","fieldsOfStudy":null,"isOpenAccess":false,"openAccessPdf":"","citationCount":"0","resultStr":null,"platform":"Semanticscholar","paperid":null,"PeriodicalName":"Conocer la Escritura: Investigaci�n M�s All� de las Frontera | Knowing Writing: Writing Research Across Borders","FirstCategoryId":"1085","ListUrlMain":"https://doi.org/10.37514/int-b.2019.0421.1.30","RegionNum":0,"RegionCategory":null,"ArticlePicture":[],"TitleCN":null,"AbstractTextCN":null,"PMCID":null,"EPubDate":"","PubModel":"","JCR":"","JCRName":"","Score":null,"Total":0}
principios de este año ha sido publicada por el Ministerio de educación la Ley Orgánica de Educación (LOE) que se implantará en los próximos años, y que nace con la preocupación fundamental de ofrecer una educación capaz de responder a las necesidades cambiantes y las nuevas demandas que se plantean en nuestra sociedad. Esta aspiración de lograr que la educación sea un instrumento de mejora de la sociedad y de la vida de sus individuos no constituye en sí misma algo novedoso, ya que se ha mantenido constante y ha dado lugar a una importante evolución de los distintos sistemas educativos y formativos a través de distintas fases en cada una de las cuales se ha tenido que dar respuesta a los retos prioritarios de cada momento histórico y social. Esta evolución, que a nivel legal se ha logrado a través de sucesivas leyes, ha traído consigo avances fundamentales para toda la sociedad. Por ejemplo, el concepto de aprendizaje fue objeto de importantes cambios al largo del siglo pasado, como lo prueba la ingente cantidad de investigación educacional y la práctica subyacente. De un primer concepto “mecanicista”, asociado a lecturas comportamentalistas, confinando el aprendizaje a un proceso de adquisición de respuestas, han surgido, progresivamente, concepciones más dinámicas del acto de aprender (Mayer, 2004). El alumno entendido, en la primera mitad del siglo XX, como una mera máquina de adquisición de respuestas, pasa, posteriormente, a considerarse como un procesador de información que recibe, transforma, utiliza y recupera información. Más tarde, especialmente, en la década de los noventa (del siglo pasado), el alumno asume un papel central en el proceso de enseñanzaaprendizaje. Él es el artesano, el verdadero actor del proceso, pasando a ser entendido como un constructor activo de conocimiento. Siguiendo esta lógica, el proceso de construcción de significados se constituye como elemento central del proceso de enseñanza-aprendizaje. El aprendizaje de los contenidos, conceptos, explicación de fenómenos físicos o sociales, normas y valores, ocurre cuando, y solo cuando, el alumno es capaz de atribuirles un significado personal. Bajo este presupuesto, el foco del aprendizaje, antes centrado en el profesor y en sus metodologías instruccionales, pasa ahora a los conocimientos que el alumno va construyendo y hacia las dimensiones cognitivas, motivacionales y de comportamiento por él activadas en su actividad de aprendizaje (Rosário y Almeida, 2005). Considerar el alumno como el principal responsable del aprendizaje, no significa que “todo tiene que dársele hecho”, más bien que “todo tiene que ser hecho por él (y con él)”. Así, para progresar en la escuela, como en cualquier ámbito de la vida, es necesario actuar, cuestionar, comprender y transformar; en una palabra, ¡trabajar! Del alumno se requiere el primer paso para que estudiar y aprender sea una actividad substantiva y transformadora del sujeto, en tanto que cambia su comprensión de la realidad. A la escuela cabe el papel decisivo de “crear las condiciones para que el estudiante sea capaz de construir significados”, y no sólo de adquirir contenidos, y de promover el desarrollo de las competencias necesarias para construir aprendizajes significativos (actuar, comprender, cuestionar, transformar, autorregular, etc.). De los padres se espera, al menos, que “hagan ver” a los hijos la importancia de estudiar, posibilitándole las condiciones físicas y psicológicas para que el estudio sea posible, y acompañándoles tanto en los progresos como en las dificultades. El profesor, la familia y el resto de personas implicadas en la educación son así llamados a desempeñar un papel mediador entre el niño y la cultura. A