我们的美国庞大而复杂

IF 0.1 Q4 AREA STUDIES Encrucijada Americana Pub Date : 2019-11-27 DOI:10.53689/ea.v1i1.142
P. Neruda
{"title":"我们的美国庞大而复杂","authors":"P. Neruda","doi":"10.53689/ea.v1i1.142","DOIUrl":null,"url":null,"abstract":"«Macchu Picchu se reveló ante mí como el perdurar de la razón por encima del delirio, y la ausencia de sus habitantes, de sus creadores, el misterio de su origen y de silenciosa tenacidad, desencadenaron para mí la lección del orden, que el hombre puede establecer a través de los siglos con su voluntad solidaria...» \nEntre los invasores de Méjico -oscuros aldeanos, braceros del campo, forzados, aventureros y fugitivos- había un joven soldado llamado Bernal Díaz del Castillo, el cual escribió sus memorias en edad ya bastante avanzada, cincuenta años más tarde, siendo consejero municipal en la América central. He visto, he tenido en mis manos y he leído el enorme manuscrito, asegurado con una cadena a una mesa, al alcance de todos, en el municipio de Guatemala. Es curioso ver encadenado ese gran libro, escrito con una caligrafía clara y esmerada, quizá por alguno de aquellos copistas que abundaban en España, dictado posiblemente por el viejo soldado, desde su sillón o desde el fondo de la cama, pero, desde luego, desde el fondo, de la increíble verdad. Bernal, a pesar de su edad, tenía una memoria que podía facilitarnos los nombres de los caballos y de las yeguas y de cada uno de los hombres, que siguieron a Hernán Cortés. \nCuando, en mi adolescencia provinciana, leí las empresas y hazañas de los hombres y de los dioses de la Odisea, o cuando, más tarde, penetré en los laberintos oníricos y eróticos de las Mil y una Noches, pensé que a nadie le correspondería ni podría corresponderle la extraña aventura de una incursión en tales reinos prodigiosos. Me equivoqué. Porque a aquel soldado desconocido le cupo esta aventura: la de darse de manos a boca con una estrella ignorada, llegar de repente a un planeta apenas descubierto, poblado de dioses vivientes, de música infernal, con vestidos de oro. A ese hombre le correspondió dejar las huellas de su paso. \nAunque discutible, lo cierto es que aquel esplendor fue aniquilado por la sangre y las sombras. Hombres y vestiduras, templos y construcciones, dioses y reyes, todo fue devorado, destruido y sepultado. La Conquista fue un gran incendio. Los conquistadores de todos los tiempos y todas las latitudes reciben un mundo vasto y resonante, dejan un planeta cubierto de cenizas. Siempre ha sido así. Nosotros los americanos, descendientes de aquellas vidas y de aquella destrucción, hemos tenido que excavar, para buscar debajo de las cenizas imperiales las gemas deslumbradoras y los colosales fragmentos de los dioses perdidos. O también hemos tenido que mirar a las alturas: a veces una torre de los antiguos tiempos, venciendo el miserable paso de los siglos, eleva su orgullo sobre el continente. Porque yo distingo el arte subterráneo y el arte de los espacios abiertos de los antiguos americanos. Y ésta es mi propia manera de conocerlos y comprenderlos. \nCuando, en años ya lejanos, vivía exiliado en la Ciudad de Méjico, vinieron dos extraños visitantes con la pretensión de venderme su mercancía: traían un voluminoso paquete, envuelto en pringoso papel de periódico, que desatamos y abrimos allí, en mi mesa de despacho. Había centenares de figurillas de oro, acaso chimúes, chibchas o chiriquíes: un tesoro que palpitaba sobre mi pobre mesa con el fulgor amarillo del pasado. Eran pendientes, anillos, pectorales, insignias, figuras de pececillos, de extrañas aves, eran estrellas abstractas, círculos, líneas, discos, mariposas. Por aquella maravilla me pidieron doce mil dólares, cantidad que yo no poseía. Este tesoro lo habían encontrado trabajando en una carretera, entre Costa Rica y Panamá. Y se apresuraron a sacarlo del país para venderlo en cualquier lugar. Abandonaron mi casa con su tesoro bajo el brazo, envuelto en periódicos viejos, y ya no he sabido a donde fueron a parar aquellos peces, aquellas mariposas, aquellos destellos de oro. \nOtra vez, caminando por el Mayab, me detuve al borde del bosque para contemplar a placer un cenote ceremonial: uno de aquellos pozos, cuyo fondo de aguas sombrías formaba parte del misterio maya. Se cuenta que la ceremonia ritual exigía que fuesen arrojadas allí, en sacrificio mortal, las vírgenes destinadas a los dioses, cubiertas de oro y turquesas, collares, brazaletes, ricos vestidos. Un astuto comerciante del naciente imperio norteamericano tuvo la idea, en el siglo pasado, de comprar aquellas tierras aparentemente abandonadas. Y se dedicó a la pesca. Allí, en los profundos y extraños manantiales, los sagrados cenotes le proporcionaron toneladas de joyas divinas. \nNuestra América es vasta e intrincada. Y a lo largo de su línea espiral, a lo largo de sus desmesurados ríos, debajo de los montes y en los desiertos, e incluso en las calles de las ciudades recientemente excavadas y puestas al descubierto, aparecen todos los días estos testimonios de oro. Son estatuillas antropomorfas, aztecas, olmecas, quimbayas, incas, chancayas, mochicas, nazcas, chimúes. Son millones de vasijas de cerámica y de madera, enigmáticas figuras de turquesas, de oro, trabajadas, tejidas: son millones de obras maestras rituales, figurativas, abstractas. Son escuelas y disciplinas, estilos excelsos, que representan la crueldad, la adoración, la humillación, la tristeza, la locura, la verdad, la alegría. Todo un mundo que palpitaba con las grandes fiestas desaparecidas en torno a los enigmas de la vida y de la muerte, con los acontecimientos que alimentarán la poesía y la teogonía, en homenaje a la resurrección y consagración de la primavera, con su infinita sabiduría sexual, con el goce de la tierra en todas sus tentaciones y sus frutos, o ante el misterio del silencio absoluto y de las posibles resurrecciones. Nuestros museos de Méjico, de Colombia y de Lima, están repletos de estas figuras, que jamás fueron degradadas ni aniquiladas bajo tierra. Precipitadamente fueron arrebatadas, sepultadas a lo largo de un camino cualquiera, fueron excomulgadas en todos los púlpitos coloniales, y al igual que sus creadores fueron perseguidas por centuriones y matarifes. Mas, debajo de la tierra y del agua, tras siglos de oscuridad, continúan apareciendo, continúan dando su imperecedero testimonio de múltiple grandeza. \nEn mi Canto general he explicado cómo el conquistador Pizarro encadenó al Inca en una habitación, en un palacio de su reino. Allí le anunció que lo mataría. Sería ajusticiado dentro de pocas semanas. Lo degollaría como un cordero sacrificial, como esclavo destinado al martirio, en el patio mayor de su propio palacio, ante todos sus príncipes, sus capitanes y sus sacerdotes, sus mujeres, sus hijos y sus músicos. A menos que -le dijo el conquistador- sus súbditos le trajesen, de todas sus remotas y apartadas posesiones, todo el oro del Perú. Pero, ¿cuánto, cuánto? le preguntó el Inca volviendo sus inocentes ojos a los de su carcelero. Pizarro le respondió: \"Levanta la mano lo más alto que puedas y traza una línea azul como tu sangre alrededor de la estancia, y ordena que tus vasallos la llenen de oro hasta esa línea azul que tu mano habrá trazado\". Durante minutos, horas, semanas, largas como siglos, los mensajeros y los sacerdotes y los príncipes y los músicos y los guerreros humillados y los ciudadanos atónitos y los jueces de los sepulcros y las mujeres desesperadas trotaron y corrieron, volaron como abejas, pasaron y regresaron con ánforas de oro, con estatuillas y vasos, con brazaletes y platos ceremoniales, con anillos y varas, utensilios, altares, collares, tronos y esculturas de oro. Hasta que el rescate recogido con aquella agonía superó la línea trazada por la mano del Inca. Entonces Pizarro, aconsejado por sus escribanos, acompañantes, obispos y capitanes, mandó degollar al Inca en el patio principal de su palacio, delante de sus dignatarios y de sus príncipes. Pero muchos de los correos, mensajeros cargados de oro, que creyeron en la palabra del matarife, recibieron la terrible noticia sobre las aguas de un lago, mientras dormían guardando cada uno su saco de oro. Y entonces, aterrorizados por la noticia de la Gran Muerte, maldijeron y lloraron, y escondieron y sepultaron para siempre los tesoros, que no llegaron a tiempo para superar la línea azul trazada por la mano del Emperador ajusticiado. \nPero la América excelsa, su edificio al aire libre se manifestó en la orgullosa y solitaria ciudadela de Machu Picchu. Fue un encuentro decisivo en mi vida. Tuvo lugar hacia el año 1943: la gran guerra de los europeos no daba aún señales de acabar. Goya había profetizado: \"El sueño de la razón engendra monstruos\". \nMientras la razón dormía en el mundo, los monstruos practicaban la suprema carnicería. Desde la época de los sufrimientos de la América precolombina, cuando, según el padre Las Casas, los perros de los invasores se alimentaban a menudo con la carne de los prisioneros vivos, mujeres, niños y hombres, la razón jamás conoció un sueño tan funesto. La degradación, el martirio, el aniquilamiento en proporciones gigantescas, se ponían metódicamente en práctica. De la antigua Europa clásica llegaba el fragor de los bombardeos y desde mis lejanos países seguíamos un hilo de sangre, que, a través de la noche y del mar, nos conducía hasta el antiguo escenario de la cultura, ahora en esclavitud y agonía. \nRegresé de Méjico cargado con aquel dolor, sin perder del todo mi indestructible fe en la persistencia de la bondad humana, pero desorientado e indolente ante aquella evolución de nuestra época tenebrosa. Entonces subimos por senderos ásperos y a lomo de mulo hasta la ciudad perdida y añorada: Machu Picchu, la misteriosa. Aquella altísima ciudad se había avergonzado de su propia época, se había reducido al silencio y se había escondido en su propio bosque. ¿Qué les sucedió a sus constructores? ¿Qué había sido de sus habitantes? ¿Qué nos dejaron, excepto la dignidad de la piedra, para darnos noticias de su vida, de sus propósitos, de su desaparición? Nos respondió un silencio sonoro. Yo ya conocía el silencio de otras ruinas monumentales, mas siempre fue un silenc","PeriodicalId":40144,"journal":{"name":"Encrucijada Americana","volume":"48 1","pages":""},"PeriodicalIF":0.1000,"publicationDate":"2019-11-27","publicationTypes":"Journal Article","fieldsOfStudy":null,"isOpenAccess":false,"openAccessPdf":"","citationCount":"0","resultStr":"{\"title\":\"Nuestra América es vasta e intricada\",\"authors\":\"P. Neruda\",\"doi\":\"10.53689/ea.v1i1.142\",\"DOIUrl\":null,\"url\":null,\"abstract\":\"«Macchu Picchu se reveló ante mí como el perdurar de la razón por encima del delirio, y la ausencia de sus habitantes, de sus creadores, el misterio de su origen y de silenciosa tenacidad, desencadenaron para mí la lección del orden, que el hombre puede establecer a través de los siglos con su voluntad solidaria...» \\nEntre los invasores de Méjico -oscuros aldeanos, braceros del campo, forzados, aventureros y fugitivos- había un joven soldado llamado Bernal Díaz del Castillo, el cual escribió sus memorias en edad ya bastante avanzada, cincuenta años más tarde, siendo consejero municipal en la América central. He visto, he tenido en mis manos y he leído el enorme manuscrito, asegurado con una cadena a una mesa, al alcance de todos, en el municipio de Guatemala. Es curioso ver encadenado ese gran libro, escrito con una caligrafía clara y esmerada, quizá por alguno de aquellos copistas que abundaban en España, dictado posiblemente por el viejo soldado, desde su sillón o desde el fondo de la cama, pero, desde luego, desde el fondo, de la increíble verdad. Bernal, a pesar de su edad, tenía una memoria que podía facilitarnos los nombres de los caballos y de las yeguas y de cada uno de los hombres, que siguieron a Hernán Cortés. \\nCuando, en mi adolescencia provinciana, leí las empresas y hazañas de los hombres y de los dioses de la Odisea, o cuando, más tarde, penetré en los laberintos oníricos y eróticos de las Mil y una Noches, pensé que a nadie le correspondería ni podría corresponderle la extraña aventura de una incursión en tales reinos prodigiosos. Me equivoqué. Porque a aquel soldado desconocido le cupo esta aventura: la de darse de manos a boca con una estrella ignorada, llegar de repente a un planeta apenas descubierto, poblado de dioses vivientes, de música infernal, con vestidos de oro. A ese hombre le correspondió dejar las huellas de su paso. \\nAunque discutible, lo cierto es que aquel esplendor fue aniquilado por la sangre y las sombras. Hombres y vestiduras, templos y construcciones, dioses y reyes, todo fue devorado, destruido y sepultado. La Conquista fue un gran incendio. Los conquistadores de todos los tiempos y todas las latitudes reciben un mundo vasto y resonante, dejan un planeta cubierto de cenizas. Siempre ha sido así. Nosotros los americanos, descendientes de aquellas vidas y de aquella destrucción, hemos tenido que excavar, para buscar debajo de las cenizas imperiales las gemas deslumbradoras y los colosales fragmentos de los dioses perdidos. O también hemos tenido que mirar a las alturas: a veces una torre de los antiguos tiempos, venciendo el miserable paso de los siglos, eleva su orgullo sobre el continente. Porque yo distingo el arte subterráneo y el arte de los espacios abiertos de los antiguos americanos. Y ésta es mi propia manera de conocerlos y comprenderlos. \\nCuando, en años ya lejanos, vivía exiliado en la Ciudad de Méjico, vinieron dos extraños visitantes con la pretensión de venderme su mercancía: traían un voluminoso paquete, envuelto en pringoso papel de periódico, que desatamos y abrimos allí, en mi mesa de despacho. Había centenares de figurillas de oro, acaso chimúes, chibchas o chiriquíes: un tesoro que palpitaba sobre mi pobre mesa con el fulgor amarillo del pasado. Eran pendientes, anillos, pectorales, insignias, figuras de pececillos, de extrañas aves, eran estrellas abstractas, círculos, líneas, discos, mariposas. Por aquella maravilla me pidieron doce mil dólares, cantidad que yo no poseía. Este tesoro lo habían encontrado trabajando en una carretera, entre Costa Rica y Panamá. Y se apresuraron a sacarlo del país para venderlo en cualquier lugar. Abandonaron mi casa con su tesoro bajo el brazo, envuelto en periódicos viejos, y ya no he sabido a donde fueron a parar aquellos peces, aquellas mariposas, aquellos destellos de oro. \\nOtra vez, caminando por el Mayab, me detuve al borde del bosque para contemplar a placer un cenote ceremonial: uno de aquellos pozos, cuyo fondo de aguas sombrías formaba parte del misterio maya. Se cuenta que la ceremonia ritual exigía que fuesen arrojadas allí, en sacrificio mortal, las vírgenes destinadas a los dioses, cubiertas de oro y turquesas, collares, brazaletes, ricos vestidos. Un astuto comerciante del naciente imperio norteamericano tuvo la idea, en el siglo pasado, de comprar aquellas tierras aparentemente abandonadas. Y se dedicó a la pesca. Allí, en los profundos y extraños manantiales, los sagrados cenotes le proporcionaron toneladas de joyas divinas. \\nNuestra América es vasta e intrincada. Y a lo largo de su línea espiral, a lo largo de sus desmesurados ríos, debajo de los montes y en los desiertos, e incluso en las calles de las ciudades recientemente excavadas y puestas al descubierto, aparecen todos los días estos testimonios de oro. Son estatuillas antropomorfas, aztecas, olmecas, quimbayas, incas, chancayas, mochicas, nazcas, chimúes. Son millones de vasijas de cerámica y de madera, enigmáticas figuras de turquesas, de oro, trabajadas, tejidas: son millones de obras maestras rituales, figurativas, abstractas. Son escuelas y disciplinas, estilos excelsos, que representan la crueldad, la adoración, la humillación, la tristeza, la locura, la verdad, la alegría. Todo un mundo que palpitaba con las grandes fiestas desaparecidas en torno a los enigmas de la vida y de la muerte, con los acontecimientos que alimentarán la poesía y la teogonía, en homenaje a la resurrección y consagración de la primavera, con su infinita sabiduría sexual, con el goce de la tierra en todas sus tentaciones y sus frutos, o ante el misterio del silencio absoluto y de las posibles resurrecciones. Nuestros museos de Méjico, de Colombia y de Lima, están repletos de estas figuras, que jamás fueron degradadas ni aniquiladas bajo tierra. Precipitadamente fueron arrebatadas, sepultadas a lo largo de un camino cualquiera, fueron excomulgadas en todos los púlpitos coloniales, y al igual que sus creadores fueron perseguidas por centuriones y matarifes. Mas, debajo de la tierra y del agua, tras siglos de oscuridad, continúan apareciendo, continúan dando su imperecedero testimonio de múltiple grandeza. \\nEn mi Canto general he explicado cómo el conquistador Pizarro encadenó al Inca en una habitación, en un palacio de su reino. Allí le anunció que lo mataría. Sería ajusticiado dentro de pocas semanas. Lo degollaría como un cordero sacrificial, como esclavo destinado al martirio, en el patio mayor de su propio palacio, ante todos sus príncipes, sus capitanes y sus sacerdotes, sus mujeres, sus hijos y sus músicos. A menos que -le dijo el conquistador- sus súbditos le trajesen, de todas sus remotas y apartadas posesiones, todo el oro del Perú. Pero, ¿cuánto, cuánto? le preguntó el Inca volviendo sus inocentes ojos a los de su carcelero. Pizarro le respondió: \\\"Levanta la mano lo más alto que puedas y traza una línea azul como tu sangre alrededor de la estancia, y ordena que tus vasallos la llenen de oro hasta esa línea azul que tu mano habrá trazado\\\". Durante minutos, horas, semanas, largas como siglos, los mensajeros y los sacerdotes y los príncipes y los músicos y los guerreros humillados y los ciudadanos atónitos y los jueces de los sepulcros y las mujeres desesperadas trotaron y corrieron, volaron como abejas, pasaron y regresaron con ánforas de oro, con estatuillas y vasos, con brazaletes y platos ceremoniales, con anillos y varas, utensilios, altares, collares, tronos y esculturas de oro. Hasta que el rescate recogido con aquella agonía superó la línea trazada por la mano del Inca. Entonces Pizarro, aconsejado por sus escribanos, acompañantes, obispos y capitanes, mandó degollar al Inca en el patio principal de su palacio, delante de sus dignatarios y de sus príncipes. Pero muchos de los correos, mensajeros cargados de oro, que creyeron en la palabra del matarife, recibieron la terrible noticia sobre las aguas de un lago, mientras dormían guardando cada uno su saco de oro. Y entonces, aterrorizados por la noticia de la Gran Muerte, maldijeron y lloraron, y escondieron y sepultaron para siempre los tesoros, que no llegaron a tiempo para superar la línea azul trazada por la mano del Emperador ajusticiado. \\nPero la América excelsa, su edificio al aire libre se manifestó en la orgullosa y solitaria ciudadela de Machu Picchu. Fue un encuentro decisivo en mi vida. Tuvo lugar hacia el año 1943: la gran guerra de los europeos no daba aún señales de acabar. Goya había profetizado: \\\"El sueño de la razón engendra monstruos\\\". \\nMientras la razón dormía en el mundo, los monstruos practicaban la suprema carnicería. Desde la época de los sufrimientos de la América precolombina, cuando, según el padre Las Casas, los perros de los invasores se alimentaban a menudo con la carne de los prisioneros vivos, mujeres, niños y hombres, la razón jamás conoció un sueño tan funesto. La degradación, el martirio, el aniquilamiento en proporciones gigantescas, se ponían metódicamente en práctica. De la antigua Europa clásica llegaba el fragor de los bombardeos y desde mis lejanos países seguíamos un hilo de sangre, que, a través de la noche y del mar, nos conducía hasta el antiguo escenario de la cultura, ahora en esclavitud y agonía. \\nRegresé de Méjico cargado con aquel dolor, sin perder del todo mi indestructible fe en la persistencia de la bondad humana, pero desorientado e indolente ante aquella evolución de nuestra época tenebrosa. Entonces subimos por senderos ásperos y a lomo de mulo hasta la ciudad perdida y añorada: Machu Picchu, la misteriosa. Aquella altísima ciudad se había avergonzado de su propia época, se había reducido al silencio y se había escondido en su propio bosque. ¿Qué les sucedió a sus constructores? ¿Qué había sido de sus habitantes? ¿Qué nos dejaron, excepto la dignidad de la piedra, para darnos noticias de su vida, de sus propósitos, de su desaparición? Nos respondió un silencio sonoro. Yo ya conocía el silencio de otras ruinas monumentales, mas siempre fue un silenc\",\"PeriodicalId\":40144,\"journal\":{\"name\":\"Encrucijada Americana\",\"volume\":\"48 1\",\"pages\":\"\"},\"PeriodicalIF\":0.1000,\"publicationDate\":\"2019-11-27\",\"publicationTypes\":\"Journal Article\",\"fieldsOfStudy\":null,\"isOpenAccess\":false,\"openAccessPdf\":\"\",\"citationCount\":\"0\",\"resultStr\":null,\"platform\":\"Semanticscholar\",\"paperid\":null,\"PeriodicalName\":\"Encrucijada Americana\",\"FirstCategoryId\":\"1085\",\"ListUrlMain\":\"https://doi.org/10.53689/ea.v1i1.142\",\"RegionNum\":0,\"RegionCategory\":null,\"ArticlePicture\":[],\"TitleCN\":null,\"AbstractTextCN\":null,\"PMCID\":null,\"EPubDate\":\"\",\"PubModel\":\"\",\"JCR\":\"Q4\",\"JCRName\":\"AREA STUDIES\",\"Score\":null,\"Total\":0}","platform":"Semanticscholar","paperid":null,"PeriodicalName":"Encrucijada Americana","FirstCategoryId":"1085","ListUrlMain":"https://doi.org/10.53689/ea.v1i1.142","RegionNum":0,"RegionCategory":null,"ArticlePicture":[],"TitleCN":null,"AbstractTextCN":null,"PMCID":null,"EPubDate":"","PubModel":"","JCR":"Q4","JCRName":"AREA STUDIES","Score":null,"Total":0}
引用次数: 0

摘要

«Macchu Picchu,据透露,在我面前站等以上学生,缺乏正确的居民,其创作者,未知的神秘,无声的原籍国和韧性,它变成我的课,人可以建立秩序兴衰...团结与自己的意愿在墨西哥的入侵者中——黑暗的村民、农奴、被迫的冒险家和逃亡者——有一个名叫伯纳尔diaz德尔卡斯蒂略的年轻士兵,他在50年后写了他的回忆录,当时他是中美洲的市议员。我看到了,手里拿着,读过那份巨大的手稿,用链子固定在危地马拉市的桌子上,每个人都能拿到。奇怪的是,这本伟大的书被锁起来了,书法清晰而细致,也许是由西班牙众多的抄写员之一写的,可能是由老士兵在他的扶手椅上或床的底部口述的,但当然,从底部,令人难以置信的真相。尽管伯纳尔年纪大了,但他的记忆力足以告诉我们马和母马的名字,以及跟随hernan cortes的每一个人的名字。当读我青春期豪绅,企业行为和男子和诸神的“奥德赛”,或当后来penetré迷宫oníricos和色情的天方夜谭,没想到,任何人也不能corresponderle由一有趣的冒险在这种袭击界。我错了。因为这个不知名的士兵适合这个冒险:与一颗未知的星星握手,突然到达一个几乎不为人知的星球,那里居住着活神,地狱般的音乐,穿着金色的衣服。这个人的任务是留下他的脚印。虽然有争议,但可以肯定的是,这种辉煌被鲜血和阴影所抹杀。人类和衣服,寺庙和建筑,神和国王,一切都被吞噬,毁灭和埋葬。征服是一场大火。所有时代和所有纬度的征服者得到了一个广阔而共鸣的世界,留下了一个被灰烬覆盖的星球。一直都是这样。我们美国人,那些生活和毁灭的后代,不得不挖掘,在帝国的灰烬下寻找闪闪发光的宝石和失落的神的巨大碎片。或者,我们也不得不仰望远方:有时,一座古老的塔,克服了几个世纪的悲惨历程,使它的骄傲高高在上。因为我区分了古代美国人的地下艺术和开放空间艺术。这是我认识和理解他们的方式。几年前,当我在墨西哥流亡时,两个奇怪的访客来了,假装要卖给我他们的商品:他们带来了一个巨大的包裹,包裹在肮脏的报纸上,我们在那里的书桌上解开打开。有成百上千的金色小雕像,也许是奇穆、奇布查或奇里基,这些珍宝在我可怜的桌子上闪烁着过去的黄色光芒。它们是耳环、戒指、胸针、徽章、小鱼的图案、奇怪的鸟,还有抽象的星星、圆圈、线条、圆盘和蝴蝶。为了这个奇迹,他们向我要一万二千美元,这是一笔我没有的钱。这个宝藏是在哥斯达黎加和巴拿马之间的一条公路上发现的。他们急忙把它带出这个国家,在任何地方出售。他们离开了我的家,胳膊下夹着他们的宝藏,包着旧报纸,我不知道这些鱼、蝴蝶和金光闪闪都去了哪里。当我穿过玛雅布时,我又在森林边缘停了下来,愉快地凝视着一个仪式上的天然井:其中一口井的底部暗淡的水是玛雅神秘的一部分。据说,这个仪式仪式要求把献给神的处女们扔在那里进行致命的祭祀,她们头上戴着黄金和绿松石,戴着项链、手镯和华丽的衣服。上个世纪,新生的北美帝国的一位精明的商人有了买下这些显然被遗弃的土地的想法。然后他去钓鱼。在那里,在深邃而奇怪的泉水中,神圣的天然井为他提供了大量的神圣珠宝。我们的美国庞大而复杂。沿着它的螺旋线,沿着它巨大的河流,在山下,在沙漠中,甚至在最近挖掘和发掘的城市的街道上,这些黄金的见证每天都在出现。它们是拟人化的雕像,阿兹特克人,奥尔梅克人,昆巴亚人,印加人,昌卡亚人,莫奇卡人,纳斯卡人,奇穆人。 它的建造者发生了什么事?它的居民怎么样了?除了这块石头的尊严,我们还剩下什么来告诉我们它的生活,它的目的,它的消失?我们问他:“你是谁?”我已经知道其他不朽遗迹的寂静,但它一直是寂静
本文章由计算机程序翻译,如有差异,请以英文原文为准。
查看原文
分享 分享
微信好友 朋友圈 QQ好友 复制链接
本刊更多论文
Nuestra América es vasta e intricada
«Macchu Picchu se reveló ante mí como el perdurar de la razón por encima del delirio, y la ausencia de sus habitantes, de sus creadores, el misterio de su origen y de silenciosa tenacidad, desencadenaron para mí la lección del orden, que el hombre puede establecer a través de los siglos con su voluntad solidaria...» Entre los invasores de Méjico -oscuros aldeanos, braceros del campo, forzados, aventureros y fugitivos- había un joven soldado llamado Bernal Díaz del Castillo, el cual escribió sus memorias en edad ya bastante avanzada, cincuenta años más tarde, siendo consejero municipal en la América central. He visto, he tenido en mis manos y he leído el enorme manuscrito, asegurado con una cadena a una mesa, al alcance de todos, en el municipio de Guatemala. Es curioso ver encadenado ese gran libro, escrito con una caligrafía clara y esmerada, quizá por alguno de aquellos copistas que abundaban en España, dictado posiblemente por el viejo soldado, desde su sillón o desde el fondo de la cama, pero, desde luego, desde el fondo, de la increíble verdad. Bernal, a pesar de su edad, tenía una memoria que podía facilitarnos los nombres de los caballos y de las yeguas y de cada uno de los hombres, que siguieron a Hernán Cortés. Cuando, en mi adolescencia provinciana, leí las empresas y hazañas de los hombres y de los dioses de la Odisea, o cuando, más tarde, penetré en los laberintos oníricos y eróticos de las Mil y una Noches, pensé que a nadie le correspondería ni podría corresponderle la extraña aventura de una incursión en tales reinos prodigiosos. Me equivoqué. Porque a aquel soldado desconocido le cupo esta aventura: la de darse de manos a boca con una estrella ignorada, llegar de repente a un planeta apenas descubierto, poblado de dioses vivientes, de música infernal, con vestidos de oro. A ese hombre le correspondió dejar las huellas de su paso. Aunque discutible, lo cierto es que aquel esplendor fue aniquilado por la sangre y las sombras. Hombres y vestiduras, templos y construcciones, dioses y reyes, todo fue devorado, destruido y sepultado. La Conquista fue un gran incendio. Los conquistadores de todos los tiempos y todas las latitudes reciben un mundo vasto y resonante, dejan un planeta cubierto de cenizas. Siempre ha sido así. Nosotros los americanos, descendientes de aquellas vidas y de aquella destrucción, hemos tenido que excavar, para buscar debajo de las cenizas imperiales las gemas deslumbradoras y los colosales fragmentos de los dioses perdidos. O también hemos tenido que mirar a las alturas: a veces una torre de los antiguos tiempos, venciendo el miserable paso de los siglos, eleva su orgullo sobre el continente. Porque yo distingo el arte subterráneo y el arte de los espacios abiertos de los antiguos americanos. Y ésta es mi propia manera de conocerlos y comprenderlos. Cuando, en años ya lejanos, vivía exiliado en la Ciudad de Méjico, vinieron dos extraños visitantes con la pretensión de venderme su mercancía: traían un voluminoso paquete, envuelto en pringoso papel de periódico, que desatamos y abrimos allí, en mi mesa de despacho. Había centenares de figurillas de oro, acaso chimúes, chibchas o chiriquíes: un tesoro que palpitaba sobre mi pobre mesa con el fulgor amarillo del pasado. Eran pendientes, anillos, pectorales, insignias, figuras de pececillos, de extrañas aves, eran estrellas abstractas, círculos, líneas, discos, mariposas. Por aquella maravilla me pidieron doce mil dólares, cantidad que yo no poseía. Este tesoro lo habían encontrado trabajando en una carretera, entre Costa Rica y Panamá. Y se apresuraron a sacarlo del país para venderlo en cualquier lugar. Abandonaron mi casa con su tesoro bajo el brazo, envuelto en periódicos viejos, y ya no he sabido a donde fueron a parar aquellos peces, aquellas mariposas, aquellos destellos de oro. Otra vez, caminando por el Mayab, me detuve al borde del bosque para contemplar a placer un cenote ceremonial: uno de aquellos pozos, cuyo fondo de aguas sombrías formaba parte del misterio maya. Se cuenta que la ceremonia ritual exigía que fuesen arrojadas allí, en sacrificio mortal, las vírgenes destinadas a los dioses, cubiertas de oro y turquesas, collares, brazaletes, ricos vestidos. Un astuto comerciante del naciente imperio norteamericano tuvo la idea, en el siglo pasado, de comprar aquellas tierras aparentemente abandonadas. Y se dedicó a la pesca. Allí, en los profundos y extraños manantiales, los sagrados cenotes le proporcionaron toneladas de joyas divinas. Nuestra América es vasta e intrincada. Y a lo largo de su línea espiral, a lo largo de sus desmesurados ríos, debajo de los montes y en los desiertos, e incluso en las calles de las ciudades recientemente excavadas y puestas al descubierto, aparecen todos los días estos testimonios de oro. Son estatuillas antropomorfas, aztecas, olmecas, quimbayas, incas, chancayas, mochicas, nazcas, chimúes. Son millones de vasijas de cerámica y de madera, enigmáticas figuras de turquesas, de oro, trabajadas, tejidas: son millones de obras maestras rituales, figurativas, abstractas. Son escuelas y disciplinas, estilos excelsos, que representan la crueldad, la adoración, la humillación, la tristeza, la locura, la verdad, la alegría. Todo un mundo que palpitaba con las grandes fiestas desaparecidas en torno a los enigmas de la vida y de la muerte, con los acontecimientos que alimentarán la poesía y la teogonía, en homenaje a la resurrección y consagración de la primavera, con su infinita sabiduría sexual, con el goce de la tierra en todas sus tentaciones y sus frutos, o ante el misterio del silencio absoluto y de las posibles resurrecciones. Nuestros museos de Méjico, de Colombia y de Lima, están repletos de estas figuras, que jamás fueron degradadas ni aniquiladas bajo tierra. Precipitadamente fueron arrebatadas, sepultadas a lo largo de un camino cualquiera, fueron excomulgadas en todos los púlpitos coloniales, y al igual que sus creadores fueron perseguidas por centuriones y matarifes. Mas, debajo de la tierra y del agua, tras siglos de oscuridad, continúan apareciendo, continúan dando su imperecedero testimonio de múltiple grandeza. En mi Canto general he explicado cómo el conquistador Pizarro encadenó al Inca en una habitación, en un palacio de su reino. Allí le anunció que lo mataría. Sería ajusticiado dentro de pocas semanas. Lo degollaría como un cordero sacrificial, como esclavo destinado al martirio, en el patio mayor de su propio palacio, ante todos sus príncipes, sus capitanes y sus sacerdotes, sus mujeres, sus hijos y sus músicos. A menos que -le dijo el conquistador- sus súbditos le trajesen, de todas sus remotas y apartadas posesiones, todo el oro del Perú. Pero, ¿cuánto, cuánto? le preguntó el Inca volviendo sus inocentes ojos a los de su carcelero. Pizarro le respondió: "Levanta la mano lo más alto que puedas y traza una línea azul como tu sangre alrededor de la estancia, y ordena que tus vasallos la llenen de oro hasta esa línea azul que tu mano habrá trazado". Durante minutos, horas, semanas, largas como siglos, los mensajeros y los sacerdotes y los príncipes y los músicos y los guerreros humillados y los ciudadanos atónitos y los jueces de los sepulcros y las mujeres desesperadas trotaron y corrieron, volaron como abejas, pasaron y regresaron con ánforas de oro, con estatuillas y vasos, con brazaletes y platos ceremoniales, con anillos y varas, utensilios, altares, collares, tronos y esculturas de oro. Hasta que el rescate recogido con aquella agonía superó la línea trazada por la mano del Inca. Entonces Pizarro, aconsejado por sus escribanos, acompañantes, obispos y capitanes, mandó degollar al Inca en el patio principal de su palacio, delante de sus dignatarios y de sus príncipes. Pero muchos de los correos, mensajeros cargados de oro, que creyeron en la palabra del matarife, recibieron la terrible noticia sobre las aguas de un lago, mientras dormían guardando cada uno su saco de oro. Y entonces, aterrorizados por la noticia de la Gran Muerte, maldijeron y lloraron, y escondieron y sepultaron para siempre los tesoros, que no llegaron a tiempo para superar la línea azul trazada por la mano del Emperador ajusticiado. Pero la América excelsa, su edificio al aire libre se manifestó en la orgullosa y solitaria ciudadela de Machu Picchu. Fue un encuentro decisivo en mi vida. Tuvo lugar hacia el año 1943: la gran guerra de los europeos no daba aún señales de acabar. Goya había profetizado: "El sueño de la razón engendra monstruos". Mientras la razón dormía en el mundo, los monstruos practicaban la suprema carnicería. Desde la época de los sufrimientos de la América precolombina, cuando, según el padre Las Casas, los perros de los invasores se alimentaban a menudo con la carne de los prisioneros vivos, mujeres, niños y hombres, la razón jamás conoció un sueño tan funesto. La degradación, el martirio, el aniquilamiento en proporciones gigantescas, se ponían metódicamente en práctica. De la antigua Europa clásica llegaba el fragor de los bombardeos y desde mis lejanos países seguíamos un hilo de sangre, que, a través de la noche y del mar, nos conducía hasta el antiguo escenario de la cultura, ahora en esclavitud y agonía. Regresé de Méjico cargado con aquel dolor, sin perder del todo mi indestructible fe en la persistencia de la bondad humana, pero desorientado e indolente ante aquella evolución de nuestra época tenebrosa. Entonces subimos por senderos ásperos y a lomo de mulo hasta la ciudad perdida y añorada: Machu Picchu, la misteriosa. Aquella altísima ciudad se había avergonzado de su propia época, se había reducido al silencio y se había escondido en su propio bosque. ¿Qué les sucedió a sus constructores? ¿Qué había sido de sus habitantes? ¿Qué nos dejaron, excepto la dignidad de la piedra, para darnos noticias de su vida, de sus propósitos, de su desaparición? Nos respondió un silencio sonoro. Yo ya conocía el silencio de otras ruinas monumentales, mas siempre fue un silenc
求助全文
通过发布文献求助,成功后即可免费获取论文全文。 去求助
来源期刊
Encrucijada Americana
Encrucijada Americana AREA STUDIES-
自引率
0.00%
发文量
8
审稿时长
10 weeks
期刊最新文献
La nueva migración internacional y las medidas locales. Un análisis a la experiencia chilena. Las ideas racistas en la representación de América Latina en la revista, Journal of Race Development 1909-1919. América Latina desde su construcción relacional como espacio regional. Prisión y Hegemonía en el Pensamiento de Antonio Gramsci. Un problema de actualidad en nuestros tiempos apocalípticos. Debates y aportes sobre el conflicto social en el siglo XX
×
引用
GB/T 7714-2015
复制
MLA
复制
APA
复制
导出至
BibTeX EndNote RefMan NoteFirst NoteExpress
×
×
提示
您的信息不完整,为了账户安全,请先补充。
现在去补充
×
提示
您因"违规操作"
具体请查看互助需知
我知道了
×
提示
现在去查看 取消
×
提示
确定
0
微信
客服QQ
Book学术公众号 扫码关注我们
反馈
×
意见反馈
请填写您的意见或建议
请填写您的手机或邮箱
已复制链接
已复制链接
快去分享给好友吧!
我知道了
×
扫码分享
扫码分享
Book学术官方微信
Book学术文献互助
Book学术文献互助群
群 号:481959085
Book学术
文献互助 智能选刊 最新文献 互助须知 联系我们:info@booksci.cn
Book学术提供免费学术资源搜索服务,方便国内外学者检索中英文文献。致力于提供最便捷和优质的服务体验。
Copyright © 2023 Book学术 All rights reserved.
ghs 京公网安备 11010802042870号 京ICP备2023020795号-1