{"title":"新的反叛对象","authors":"Carlos Illades","doi":"10.17533/udea.trahs.n20a18","DOIUrl":null,"url":null,"abstract":"El deseo de conducir la voluntad de las masas populares es antiguo, pero la técnica para intervenir en ella es moderna. Norberto Bobbio ha recordado que tuvo que pasar mucho tiempo para que el liberalismo aceptara la democracia, y que ello sólo pudo lograrse a condición de eliminar de esta última corriente la petición de igualdad material para reducirla a su dimensión formal. Para las élites de buena parte del siglo xix, ser demócrata equivalía a ser demagogo: en la visión de esas élites, el demócrata se dedicaba únicamente a soliviantar a las masas y romper el pacto social para realizar sus oscuros propósitos. Los liberales del siglo xix coincidieron con los conservadores decimonónicos en la consideración de que las “clases peligrosas” eran una amenaza al orden público y al régimen político; los socialistas, por otro lado, trataron de ganarlas a su causa. Los liberales consideraron que, con la educación, algún día estas clases podrían participar de la cosa pública, en tanto que los conservadores presumieron que eran irredentas por naturaleza. Los socialistas creyeron, simplemente, que había que conducirlas. Conforme se extendieron el sufragio universal y el asociacionismo obrero en la segunda mitad del siglo, se volvió importante la pregunta de cómo influir en el ánimo de las clases trabajadoras. Dos posturas parecieron pertinentes: una, concentrada en el manejo de las pulsiones emotivas del nuevo actor; la otra dirigida al núcleo racional, es decir, a su conciencia. Con argumentos distintos, tanto el médico francés Gustave Le Bon (1841-1931) como el dirigente bolchevique Lenin (1870-1924) asumieron que las masas populares requerían de un elemento externo para actuar: en un caso, para desbocarse, en el otro para alcanzar la emancipación. Lo que en uno era una pulsión irracional, en el otro era conciencia. Aquélla provenía de las prácticas acendradas como atavismos. Si la conciencia no emergía espontáneamente era consecuencia de la alienación de la sociedad capitalista, lo cual hacía indispensable la mediación de la organización partidaria para fundir la acción obrera con la ciencia. 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摘要
领导人民意志的愿望是古老的,但干预它的技术是现代的。诺贝托·博比奥(Norberto Bobbio)回忆说,自由主义花了很长时间才接受民主,而这只有在从后者中消除对物质平等的要求,并将其减少到形式层面的条件下才能实现。在19世纪的大部分时间里,对精英来说,民主意味着煽动:在这些精英看来,民主仅仅是为了煽动群众,打破社会契约,以实现其模糊的目标。19世纪的自由主义者与19世纪的保守派一致认为,“危险阶级”是对公共秩序和政治体制的威胁;另一方面,社会主义者试图赢得他们的支持。自由主义者认为,有了教育,这些阶级总有一天可以参与公共事务,而保守派则认为,这些阶级天生就没有回报。社会主义者只是认为他们应该被领导。随着20世纪下半叶普选和工会主义的传播,如何影响工人阶级情绪的问题变得重要起来。两种立场似乎是相关的:一种是专注于处理新演员的情感冲动;另一个是针对理性的核心,即它的良心。法国医生古斯塔夫·勒邦(Gustave Le Bon, 1841-1931)和布尔什维克领袖列宁(Lenin, 1870-1924)都提出了不同的论点,认为群众需要一个外部因素来采取行动:在一种情况下,为了摆脱困境,在另一种情况下,为了实现解放。一种是非理性的冲动,另一种是意识。它来自于被强调为返祖的实践。在这种情况下,工人阶级的意识不是自发产生的,而是资本主义社会异化的结果,这使得政党组织的调解成为工人行动与科学融合的必要条件。他们都概述了进一步发展的指导方针,指出了人类(与集体相关的)应该按哪个按钮来获得预期的结果。
El deseo de conducir la voluntad de las masas populares es antiguo, pero la técnica para intervenir en ella es moderna. Norberto Bobbio ha recordado que tuvo que pasar mucho tiempo para que el liberalismo aceptara la democracia, y que ello sólo pudo lograrse a condición de eliminar de esta última corriente la petición de igualdad material para reducirla a su dimensión formal. Para las élites de buena parte del siglo xix, ser demócrata equivalía a ser demagogo: en la visión de esas élites, el demócrata se dedicaba únicamente a soliviantar a las masas y romper el pacto social para realizar sus oscuros propósitos. Los liberales del siglo xix coincidieron con los conservadores decimonónicos en la consideración de que las “clases peligrosas” eran una amenaza al orden público y al régimen político; los socialistas, por otro lado, trataron de ganarlas a su causa. Los liberales consideraron que, con la educación, algún día estas clases podrían participar de la cosa pública, en tanto que los conservadores presumieron que eran irredentas por naturaleza. Los socialistas creyeron, simplemente, que había que conducirlas. Conforme se extendieron el sufragio universal y el asociacionismo obrero en la segunda mitad del siglo, se volvió importante la pregunta de cómo influir en el ánimo de las clases trabajadoras. Dos posturas parecieron pertinentes: una, concentrada en el manejo de las pulsiones emotivas del nuevo actor; la otra dirigida al núcleo racional, es decir, a su conciencia. Con argumentos distintos, tanto el médico francés Gustave Le Bon (1841-1931) como el dirigente bolchevique Lenin (1870-1924) asumieron que las masas populares requerían de un elemento externo para actuar: en un caso, para desbocarse, en el otro para alcanzar la emancipación. Lo que en uno era una pulsión irracional, en el otro era conciencia. Aquélla provenía de las prácticas acendradas como atavismos. Si la conciencia no emergía espontáneamente era consecuencia de la alienación de la sociedad capitalista, lo cual hacía indispensable la mediación de la organización partidaria para fundir la acción obrera con la ciencia. Ambos trazaron la directriz de ulteriores desarrollos, indicando qué botón de la persona humana (asociada en colectividades) habría de apretarse para obtener el resultado deseado.