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Abstract
Tras la pandemia, el regreso a las actividades científicas presenciales de la SAD fue para mí, y creo que para muchos de nosotros, un bálsamo para el alma, que nos permitió liberarnos de las frías pantallas y redescubrir el calor del contacto humano con viejos colegas y amigos. Sin embargo, observé un hecho negativo que opacó mi optimismo: a diferencia de las reuniones previas a la pandemia, en los salones ocupados a medias predominaban las cabelleras canosas, e incluso calvas, y no los jóvenes dermatólogos en formación que tradicionalmente abarrotaban estos claustros. Aunque las ponencias mantuvieron su excelente nivel científico y docente, me quedó el gusto amargo de que quienes más se benefician de esta experiencia no estaban allí. Los mismos dermatólogos en formación que parecen evitar estas actividades, por el contrario, abundan en los eventos comerciales –de dudoso valor científico– organizados por los laboratorios para publicitar sus productos y que se reproducen hasta el hartazgo en las redes sociales.