维特根斯坦:

Magdalena Holguín
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Sería absurdo, por ejemplo, pretender explicar un evento histórico importante, como la batalla de Waterloo o la toma de Tenochtitlán, al modo como podría explicarse, digamos, la desviación de un cometa de lo que era su trayectoria original, pero en todo caso sería insensato pretender cuestionar la validez del conocimiento que se tiene de dichos sucesos. Que los datos no se recaben y establezcan en historia como en física no implica que entonces no haya tal cosa como el conocimiento histórico. Algo parecido pasa con la antropología. Ésta es una ciencia humana, de carácter histórico y social, cuyo objeto de estudio son diversas facetas del ser humano real y su inserción en culturas concretas. En relación con dicho objeto de estudio, ideales propios de las ciencias “duras”, como la axiomatización, simplemente son inservibles; de igual modo, la necesidad de, por ejemplo, ciencias formales (en especial, de ramas avanzadas de las matemáticas) es mucho menor en antropología que en, e.g., astronomía. Nada de eso, sin embargo, impide que la antropología sea una disciplina perfectamente establecida, con un horizonte explicativo bien delimitado, métodos de trabajo reconocidos, compartidos y aplicados por sus especialistas, problemas debidamente especificados, esto es, caracterizados e identificados por medio del aparato conceptual técnico apropiado, procedimientos públicos para el establecimiento o la refutación de hipótesis, etc. Por ello, si la duda respecto a la legitimidad de la antropología como una ciencia resulta absurda, la duda en relación con la filosofía de la antropología automáticamente lo es inclusive más. 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Dado que sería demencial pretender cuestionar el status de la antropología como una genuina (aunque sui generis) disciplina científica, sería igualmente descabellado pretender cuestionar la legitimidad de una rama de la filosofía de la ciencia como lo es la filosofía de la antropología. Quedaron ya atrás los tiempos en los que el modelo de explicación científica para el todo de las ciencias lo proporcionaba la física. Ahora sabemos que nociones como las de verificación, teorías, hipótesis, etc., revisten diversas modalidades dependiendo de la “ontología” de la que uno se ocupe. La historia nos proporciona un buen ejemplo de la variedad de clases de explicaciones científicas. Sería absurdo, por ejemplo, pretender explicar un evento histórico importante, como la batalla de Waterloo o la toma de Tenochtitlán, al modo como podría explicarse, digamos, la desviación de un cometa de lo que era su trayectoria original, pero en todo caso sería insensato pretender cuestionar la validez del conocimiento que se tiene de dichos sucesos. Que los datos no se recaben y establezcan en historia como en física no implica que entonces no haya tal cosa como el conocimiento histórico. Algo parecido pasa con la antropología. Ésta es una ciencia humana, de carácter histórico y social, cuyo objeto de estudio son diversas facetas del ser humano real y su inserción en culturas concretas. En relación con dicho objeto de estudio, ideales propios de las ciencias “duras”, como la axiomatización, simplemente son inservibles; de igual modo, la necesidad de, por ejemplo, ciencias formales (en especial, de ramas avanzadas de las matemáticas) es mucho menor en antropología que en, e.g., astronomía. Nada de eso, sin embargo, impide que la antropología sea una disciplina perfectamente establecida, con un horizonte explicativo bien delimitado, métodos de trabajo reconocidos, compartidos y aplicados por sus especialistas, problemas debidamente especificados, esto es, caracterizados e identificados por medio del aparato conceptual técnico apropiado, procedimientos públicos para el establecimiento o la refutación de hipótesis, etc. Por ello, si la duda respecto a la legitimidad de la antropología como una ciencia resulta absurda, la duda en relación con la filosofía de la antropología automáticamente lo es inclusive más. Ahora bien ¿qué podemos decir en unas cuantas palabras acerca de ésta?
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