La artritis psoriásica (AP) es una artritis inflamatoria crónica que pertenece a la familia de las espondiloartritis. Se estima que su prevalencia es del orden del 0,01-0,2% en la población general y podría llegar al 40% en los pacientes con psoriasis cutánea. Se trata de una enfermedad heterogénea y compleja, cuyas manifestaciones clínicas articulares y extraarticulares pueden ser extremadamente variables, lo que a menudo provoca un retraso diagnóstico y terapéutico. La afectación del aparato locomotor asocia en grados diversos manifestaciones axiales con raquialgias inflamatorias, que predominan a nivel cervicodorsal, y sacroilitis, a veces asintomática, una afectación entesítica que puede ser diseminada así como una afectación articular periférica que ataca prioritariamente a manos y pies. Además de la afectación cutánea de la psoriasis, esta artritis puede acompañarse de uveítis o también de una enfermedad inflamatoria intestinal. Reconocida actualmente como una entidad propia, la AP se ha confundido durante mucho tiempo con otras artritis, en particular con la artritis reumatoide. Su evolución puede ser grave, causando impotencia funcional y un deterioro importante de la calidad de vida; requiere un seguimiento clínico, biológico y radiológico apropiado. La reciente mejora de los conocimientos fisiopatológicos ha permitido el rápido desarrollo de biofármacos y terapias dirigidas (antifactor de necrosis tumoral alfa, antiinterleucina 12/23, antiinterleucina 17, apremilast, anticinasa Janus), eficaces contra la mayor parte de los diferentes síntomas, complementando así el arsenal terapéutico anteriormente existente (antiinflamatorios no esteroideos, inyección local de corticoides, metotrexato, leflunomida, sulfasalazina).