El tendón se asoció con el nervio durante más de 15 siglos. Este dogma se rompió en 1745 con los trabajos de Albrecht Von Haller. Desde el punto de vista embriológico, procede del mesodermo paraxial, el mesodermo de la lámina lateral y el ectodermo. Permite la transmisión de las fuerzas generadas por el músculo y está formado principalmente por haces de colágeno de tipo I, glucoproteínas, proteoglucanos, agua, tenocitos y tenoblastos. La entesis, unión entre el hueso y el tendón, puede ser fibrosa o fibrocartilaginosa. La unión miotendinosa, por su parte, representa una unidad con uniones entre los miocitos y los haces de colágeno. Su vascularización varía en función de la localización del tendón y se altera con la edad, la intensidad del esfuerzo, la compresión, la fricción y la torsión. Está inervado por nervios sensoriales, cuyas fibras aferentes proceden de los troncos cutáneos, musculares y peritendinosos. Su curva de deformación permite comprender su biomecánica. En efecto, este tejido es viscoelástico. La mecanotransducción es un proceso fisiológico por el que las células tisulares detectan y producen una respuesta bioquímica a un estímulo mecánico. El entrenamiento favorece la síntesis de colágeno de tipo I y, en menor medida, su degradación. La inmovilización, en cambio, da lugar a una disminución de su peso, de su rigidez y de su resistencia a la tracción. En caso de una lesión aguda, la cicatrización tendinosa dura un poco más de 10 semanas y consta de tres fases: inflamación, reparación y remodelación. El envejecimiento tendinoso produce un riesgo importante de lesiones tendinosas. Se observa una disminución de la cantidad de colágeno y de proteínas. La ecografía y la resonancia magnética son las pruebas de imagen de elección en caso de sospecha de tendinopatía.