Los progresos médicos en neonatología han mejorado la tasa de supervivencia de los niños prematuros y de los que nacen en condiciones neurológicas difíciles. Esto ha hecho que la prevalencia de las disfunciones cerebrales, tanto mínimas como más graves, aumente en todos los países industrializados y en algunos países en vías de desarrollo. Mientras que en el pasado las enfermedades oftalmológicas se consideraban las principales responsables de deficiencias visuales graves, en la actualidad, todos los estudios epidemiológicos muestran que la principal causa de ceguera y discapacidad visual grave en niños de los países industrializados es ahora de tipo neurológico. Las lesiones adquiridas en el momento del nacimiento son actualmente el factor más frecuente. Durante mucho tiempo, los trastornos neurovisuales (TNV) resultantes se han ignorado o confundido con trastornos oftalmológicos o con trastornos del aprendizaje. En este artículo se presentan la semiología, las correlaciones neuroanatómicas y la etiología de los TNV, su interacción con los trastornos del neurodesarrollo y el aprendizaje, así como las herramientas para diagnosticarlos y caracterizarlos.
El estado de shock séptico es una urgencia médica absoluta en el que la precocidad del tratamiento es esencial para la mejoría del pronóstico. El diagnóstico es clínico y se basa en la presencia de signos de shock en presencia de una infección documentada o sospechada. La evaluación clínica se realiza de forma sistemática según el proceso ABCDE (vías respiratorias [airways], respiración [breathing], circulación, discapacidad, exposición/entorno) y se debe repetir con frecuencia, como mínimo después de cada intervención terapéutica. La hipotensión arterial es un signo tardío en niños y su ausencia no descarta en absoluto el diagnóstico. El shock séptico se produce en más de la mitad de los casos en pacientes con enfermedades concurrentes y los focos infecciosos principales son las neumopatías, las infecciones del sistema nervioso central, las infecciones intraabdominales y las bacteriemias. Aunque en cerca de un 50% de los casos no hay documentación microbiológica, es fundamental obtener muestras para hemocultivos. El tratamiento, revisado en 2020 por la Surviving Sepsis Campaign (SSC), se basa en la administración de oxigenoterapia en alta concentración, la colocación de una vía de acceso periférica o intraósea, la administración de una antibioticoterapia de amplio espectro adaptada al contexto, a las circunstancias y a la ecología, y la realización de un llenado vascular de 10-20 ml/kg de cristaloides (equilibrados como primera elección). El llenado vascular debe repetirse hasta los 40-60 ml/kg si persisten los signos de shock y si no aparecen signos de aumento de la precarga. Además, se debe recurrir precozmente a los vasopresores (adrenalina o noradrenalina). Este tratamiento debe realizarse en la hora posterior a la sospecha diagnóstica y el paciente se debe trasladar lo antes posible a una unidad de reanimación pediátrica para un tratamiento guiado por una monitorización multimodal. También hay que medir precozmente la lactacidemia, tomar muestras, controlar una posible puerta de entrada y tratar cualquier hipoglucemia o hipocalcemia.
Los trastornos miccionales constituyen el síntoma urinario más frecuente en el niño y deberían detectarse de manera sistemática en la consulta pediátrica. En la práctica diaria, es frecuente que aparezca una infección urinaria en un contexto de trastornos miccionales, por lo que éstos deben buscarse siempre en un niño que presente una cistitis o una pielonefritis, sobre todo cuando son infecciones de repetición. Una anamnesis minuciosa y una exploración física dirigida (palpación abdominal, exploración neurológica y ortopédica de los miembros inferiores y de la columna vertebral) suelen permitir por sí solas al médico de atención primaria orientar el diagnóstico y resolver un 75% de los casos de trastornos miccionales. También suelen resultar útiles la ecografía renal y de vías urinarias (vejiga llena, búsqueda de un residuo posmiccional) y la tira reactiva de orina, pero las otras pruebas complementarias se deben discutir caso por caso. Las consecuencias de los trastornos miccionales pueden ser múltiples (infecciones de orina reiteradas, reflujo vesicoureteral, vaciamiento vesical incompleto y aumento de las presiones vesicales miccionales y de almacenamiento, repercusión psicológica, socioeducativa y en la calidad de vida), por lo que deben detectarse y, después, tratarse, porque además conllevan una situación de riesgo renal (en particular en caso de vejiga hiperactiva con resistencias elevadas). Para tratar los trastornos miccionales de la infancia, se aplican de entrada una serie de normas higienicodietéticas «simples» acompañadas de un tratamiento de la retención fecal que a menudo está asociada. Cuando estas medidas fracasan, se pueden proponer tratamientos farmacológicos asociados a una rehabilitación vesicoesfinteriana.